martes, 29 de marzo de 2016

#10 Axel

Escribe sobre un recuerdo de tu niñez.

Es lo que pasa con los recuerdos de niñez, que cada uno tiene su propia versión, y acabas sin saber si lo que estás contando es lo que realmente pasó o está influenciado por la memoria de los demás. De este recuerdo en particular conservo una fotografía, por lo que más o menos puedo recurrir a ella cada vez que dude si es real o no. Ojalá pudiéramos hacer lo mismo con todo lo demás.
Mi hermano Axel acababa de nacer, por lo que todos en la familia estábamos muy contentos (y los que dormíamos en la misma casa que él un poco cansados). Ese día se estaba echando la siesta cuando yo, en mi papel de hermano mayor protector y sin poder dormir por su culpa, decidí echarle un vistazo. Entré en su habitación y me asomé a su cuna, y lo vi allí tan tranquilo, que algo tenía que hacer para romper la paz de la escena. Miré alrededor y lo único que encontré que pudiera usar fue un pequeño peluche de conejo, que le acababan de comprar. Lo cogí de la estantería y, poco a poco, fui acercándoselo a la cuna, preparado para salir corriendo en caso de que se despertara de pronto y rompiera a llorar. Y conseguí colocárselo al lado,
Pero supongo que algo notó, porque estiró los bracitos y agarró el conejo, abrazándolo con todas sus fuerzas. Suspiré, porque no me había pillado, y fui corriendo a contarle a mi madre la hazaña. Cuando ella lo vio, aparte de echarme la bronca silenciosamente, esta vez fue ella la que salió corriendo, pero para coger la cámara de fotos. En cuanto apretó el botón, se maldijo porque había olvidado quitar el flash.
No es un recuerdo demasiado interesante, pero cada vez que mi hermano me amenaza con algo o se enfada conmigo, lo utilizo en su contra, para que se dé cuenta de lo buen hermano que soy. Yo también uso recuerdos suyos para atormentarlo, como cuando me empujó mientras jugábamos en la chimenea (era falsa, tampoco somos unos salvajes). O como cuando un día le mentí diciéndole que de pequeño le lanzábamos por el balcón, y que así se había quedado. Siempre que se lo decía rompía a llorar, echándonos en cara lo poco que queríamos, hasta que le confesé que era mentira. (Hay que decir que si fuera verdad se lo hubiera merecido, porque llegó a tirar la casa entera por la ventana, y no es una frase hecha. Muñecos, pañuelos, cualquier cosa que cayera en sus manos, incluso lanzó la cartilla del banco de mi madre... El mundo entero era su canasta particular.)
Inocente…
Guillermo Domínguez

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